PARTICIPAR PARA LA BEATIFICACIÓN DE JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ, EN VIRTUD DE LOS NUMEROSOS Y RECONOCIDOS MILAGROS QUE HA HECHO, PERO QUE AÚN NO HAN SIDO CONSIDERADOS POR EL VATICANO. LA IDEA ES COMPARTIR Y COMUNICAR CON PRUEBAS LOS MILAGROS, INFORME MEDICO, FOTOS, DECLARACIONES ENTRE OTRAS Y MUY IMPORTANTE COMO CONTACTARLE PARA ENVIAR TODA LA INFORMACION A QUIENES DECIDEN POR LA SANTIDAD.
Recibo una cordial comunicacion que transcribo a continuacion
Saludos amigos, Les comento que el artículo fue actualizado en la
página
https://cronicasdeltanato.wordpress.com/la-muerte-de-jose-gregorio-hernandez/
además colocamos un ebook gratis de oraciones al Siervo de Dios que
contiene además una entrevista publicada en 1909, acá les dejo el link
del mismo
https://cronicasdeltanato.files.wordpress.com/2014/10/libro-de-oraciones-al-siervo-de-dios.pdf
Un abrazo y Gracias por la referencia. Pedro Revette y Mariana Alarcón
La mañana del día en que iba a
morir, el doctor José Gregorio Hernández estaba de plácemes; cumplía 31
años de haber aprobado su examen de grado en la Facultad de Medicina y
la tarde anterior se había firmado en Versalles el tratado que
oficialmente ponía fin a la Gran Guerra. Como hacía siempre, se levantó poco
antes de las cinco y rezó el Ángelus; luego dirigió sus pasos al vecino
templo de la Divina Pastora donde oyó misa y comulgó. Cuando salió de
allí el frío había amainado, miró en torno suyo, saludó cordialmente a
los vecinos y fue a cumplir con la tarea que se impuso como ofrenda,
muchos años antes en la tumba de su madre: atender y dar aliento diario a
sus enfermos más pobres. A las siete y treinta estaba de
regreso en casa. Comió pan untado con mantequilla, unas lonjas de queso y
tomó guarapo de papelón, frugal alimento servido por su hermana María
Isolina del Carmen. De metódico espíritu franciscano se dispuso luego a
hacer lo que habitualmente hacía; ordenar su modesto consultorio y
verificar la lista de pacientes que solicitaban su atención aquel día.
Al terminar con ellos pasó a ver a los niños del Asilo de Huérfanos de
la Divina Providencia y a los enfermos del hospital Vargas. Cuando volvió a casa poco antes de
mediodía, María Isolina lo recibió con una grata sorpresa, Dolores su
amantísima cuñada le había enviado como obsequio una jarra de carato de
guanábana, uno de los pocos placeres que se permitía el médico asceta.
Bebió dos vasos de aquel rico zumo y se fue a la iglesia de San Mauricio
para la contemplación diaria del Santísimo Sacramento. A las doce en
punto, al toque del Ángelus, rezó el Ave María y regresó para almorzar. La última comida de su vida
consistió en sopa, legumbres, arroz y carne. Mientras comía recordó a
Isolina que aquella tarde les visitarían su hermano Cesar y su sobrino
Ernesto, quienes conversarían con él los arreglos de un proyectado viaje
a la isla de Curazao. Consumido el almuerzo, Hernández se sentó a
reposar en una silla mecedora. A la una y media pasó a visitarlo un
amigo que deseaba felicitarle por el aniversario de su graduación. Al
encontrarle regocijado, el amigo le preguntó curioso: - ¿A qué se debe que esté tan contento doctor? - ¡Cómo no voy a estar contento!-
Respondió Hernández con un brillo especial en la mirada – ¡Se ha firmado
el Tratado de Paz! ¡El mundo en paz! ¿Tiene usted idea de lo que esto
significa para mí? El amigo complacido lo secundó en su entusiasmo y entonces el médico acercándose a él y bajando la voz, le dijo en tono íntimo. - Voy a confesarle algo: Yo ofrecí mi vida en holocausto por la paz del mundo… Ésta ya se dio, así que ahora solo falta… Un gesto radiante interrumpió su
frase, el otro se alarmó un poco por lo que acababa de escuchar pero no
imaginó lo cerca que estaba de cumplirse aquella ofrenda.
El hombre que mató a José Gregorio A
los 28 años, Fernando Bustamante experimentaba la felicidad del hombre
llano; poseía un taller mecánico; estaba casado; tenía dos hijos y su
esposa estaba encinta. Sus seres más queridos disfrutaban de buena
salud, especialmente su madre que recientemente había sido tratada y
curada por el doctor José Gregorio Hernández, amigo y antiguo profesor
de Bustamante en los tiempos en que éste estudiaba bachillerato. En
1918, año de la terrible gripe que asoló al mundo, el doctor Hernández
arrebató de las garras de la muerte a la hermana del mecánico.
Agradecido con el noble galeno, Fernando Bustamante le pidió ser el
padrino del hijo que estaba por nacer, honor que José Gregorio aceptó
conmovido. El domingo 29 de junio de 1919,
Bustamante cerró el taller a la 1:30 de la tarde. Tenía hambre y lo
único que deseaba era llegar a comer. Trece días antes, la Gobernación
le había otorgado el certificado que lo autorizaba a conducir
automóviles, con lo que pasó a ser oficialmente el “chauffer”, número
444 de la ciudad. Abordó su Essex 1918, precioso ejemplar de la famosa
serie “Super Six” fabricado en Detroit por la casa Hudson y comenzó a
subir por las angostas y solitarias calles rumbo a La Pastora. Cercana a la montaña que separa a
Caracas del mar, La Pastora era por entonces el lugar predilecto para
vivir, por su tranquilidad y clima siempre agradable. En las madrugadas,
se oía el armónico paso de mulas que bajaban cargadas de mercancías por
el viejo camino de los españoles y que los arrieros llevaban a la zona
comercial de la ciudad. De cuando en cuando pasaba algún tranvía que por
módico precio llevaba a los viajeros hasta el opulento barrio de El
Paraíso haciendo escala en la Plaza Bolívar. Justo allí y poco antes de que
Bustamante emprendiera la marcha, Mariano Paredes, motorista de la
unidad 27 de la compañía de tranvías eléctricos, esperaba pasajeros que
llevar a La Pastora. El coronel Eduardo Baptista, quien vivía en el 211
de Santa Ana a Providencia, subió ágilmente por uno de los estribos y
fue a sentarse atrás. En los asientos delanteros estaba el joven
empresario Juan Antonio Ochoa y saltando de un puesto a otro para cobrar
los pasajes, el colector Alfonso Timaury. A las dos en punto, la pesada
maquina comenzó a moverse. Quince
minutos después entraban a La Pastora. Mariano Paredes paró el tranvía
frente a la zapatería vecina a la botica de Amadores para que bajara uno
de los pasajeros. En la casa de enfrente, el número 29 de la esquina de
Guanábano, la señorita Angelina Páez veía pasar la vida sentada en el
poyo de la ventana. No imaginaba que estaba a punto de presenciar uno de
los hechos más terribles y tristes de la historia venezolana. Camino a la muerte José Gregorio Hernández seguía
sentado al lado de la gran imagen de yeso de San José que tenía en la
sala de su casa. Varios amigos habían pasado a congratularlo por su
aniversario de grado. Como todos los domingos, esperaba compartir la
tarde en familia hasta que llegara la hora de la misa vespertina. A las
dos, tres aldabonazos estremecieron la vieja puerta de madera en la casa
de los Hernández. Al abrirla, Isolina se halló frente a un vecino
alarmado que preguntaba por su hermano. El médico salió al encuentro del
recién llegado quien le urgió a que ocurriera a la cuadra de Cardones,
donde una de sus pacientes, una anciana de escasos recursos, se
encontraba gravemente enferma. Con la presteza del caso, el doctor
tomó su borsalino y salió al encuentro de la necesitada; en la
siguiente esquina entró a la botica de Amadores para comprar unas
medicinas, pues sabía que la pobre señora no tenía dinero para
adquirirlas. El boticario Vitelio Utrera preparó rápidamente la fórmula
indicada por el doctor Hernández y se la entregó. Una cuadra más abajo aparecía el
Essex de Fernando Bustamante, quien tocó el claxon al tomar el desvío de
Guanábano a Amadores; al ver el tranvía parado en la esquina embragó a
tercera y giró el volante a la izquierda, el coronel Baptista le vio
rebasar al coche eléctrico a unos 30 kilómetros por hora. Poco antes, el
pasajero Juan Antonio Ochoa había visto al doctor Hernández salir de la
botica y colocarse frente a la unidad conducida por Paredes; apurado
como estaba por el estado de la paciente, el médico se dispuso a cruzar
la pequeña avenida para bajar a Cardones. - Ni él pudo ver el carro, ni yo lo
pude ver a él- relataría 30 años después Fernando Bustamante al
entonces joven reportero Oscar Yanes en una entrevista que concedió al
periódico donde éste laboraba, con la expresa condición de que su nombre
no fuera revelado.
En el expediente que comenzó a
sustanciar, el mismo 29 de junio de 1919, el Juzgado de Primera
Instancia en lo Criminal y que se encuentra archivado en la Oficina
Principal del Registro Público de Caracas; el involuntario homicida y
las personas que se hallaban en el lugar al momento de ocurrir el
desgraciado suceso, dan una detallada relación del mismo, exponemos en
primer lugar la declaración de Bustamante: “Al rebasar el tranvía marchando en
tercera, vi que alguien inesperadamente se me puso al frente.
Intentando no aporrearlo, giré el volante a la izquierda, pero ya era
demasiado tarde; el guardafangos de mi auto golpeó la pierna de esta
persona que por el impacto fue a dar varios metros adelante. Yo entonces detuve el auto a ver si
se había parado, pero lo vi en el suelo y reconocí al Dr. José Gregorio
Hernández, y como éramos amigos y tenía empeñada mi gratitud para con
él por servicios profesionales que gratuitamente me había prestado con
toda su solicitud, me lancé del auto y lo recogí ayudado por una persona
desconocida para mi. Le conduje dentro del auto y
entonces en interés de prestarle los auxilios necesarios le llevé tan
ligeramente como pude al Hospital Vargas, hable con el policía de
guardia y le expliqué lo que había sucedido. Rápidamente se acercó un
interno y entre todos llevamos al doctor adentro; como en ese momento no
había ningún médico en el hospital me fui a buscar al Dr. Luis Razetti,
encontrándole en su casa. Al llegar al hospital un sacerdote que venía
saliendo nos dijo que ya el Dr. José Gregorio Hernández había muerto”. La persona que ayudó a Bustamante a
recoger y trasladar al doctor Hernández al centro asistencial era el
señor Vicente Romana Palacios que avisado por su hermana, salió
corriendo de la casa a ver que había pasado y el cura que le dio la
trágica nueva de su muerte fue Tomás García Pompa quien por muchos años
ejerció como capellán del Hospital Vargas. García Pompa fue quien impuso
al Dr. Hernández los santos óleos y le dio la absolución bajo
condición. Angelina Páez, la señorita que
estaba en la ventana de su casa, contó luego que al momento de ser
impactado, José Gregorio Hernández exclamó: “¡Virgen Santísima!” Cuando ocurrió el fatídico accidente el reloj marcaba las 2:15 de la tarde.
Médico – Cartujo – Seminarista – Médico Del matrimonio formado por Benigno
Hernández y Manzaneda y Josefa Antonia Cisneros, nació el 26 de octubre
de 1864 en el pueblito andino de Isnotú un niño al que bautizaron como
José Gregorio, su padre se dedicaba al comercio y su madre a labores del
hogar. Por línea materna este niño
descendía del famoso cardenal Francisco Jiménez de Cisneros quien fuera
confesor de Isabel la Católica, fundador de la universidad de Alcalá y
gran impulsor de la cultura en su época. Por vía paterna José Gregorio
se emparentaba con Francisco Luís Febres Cordero Muñoz, eminente
educador y escritor, miembro de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, y
correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española. Su madre, una mujer muy devota
falleció cuando él tan solo tenía ocho años pero dejo impregnada en la
personalidad del infante una fuerte religiosidad. Al alcanzar la
adolescencia se traslada a la ciudad de Trujillo para estudiar el
bachillerato en el Colegio Federal de Varones. Su primer maestro, Pedro
Celestino Sánchez quien regentaba una escuela privada en Isnotú, notaría
muy pronto las habilidades e inteligencia del pequeño por lo que señaló
a su padre que debía aprovechar las cualidades del niño recomendándole
que lo enviara a la capital del país. Con trece años cumplidos el joven
estudiaba en el colegio Villegas de Caracas, allí obtuvo en 1884 el
título de bachiller en Filosofía. Cuenta Guillermo Tell Villegas regente
del famoso colegio que José Gregorio era poco dado a jugar con sus
compañeros y prefería pasar el tiempo libre en compañía de libros. A
corta edad ya conocía a los clásicos y se auto impuso con mucha
disciplina la obtención de una vasta cultura enciclopédica. A los 17 años ingresa a la
Universidad Central de Venezuela para estudiar leyes pero el padre
conociendo la natural inclinación de su hijo por ayudar a los demás lo
anima a emprender la carrera de Medicina, éste lo hace ingresando por
Biología. Al graduarse de médico el 29 de junio de 1888, José Gregorio
Hernández era dueño ya de inconmensurables conocimientos. Hablaba
inglés, francés, portugués, alemán e italiano y dominaba el latín; era
filósofo, músico y tenía además profundos conocimientos de teología.
Para cumplir la promesa hecha a su madre y con el deseo personal de
ayudar a sus paisanos se traslada a ejercer la medicina en su pueblo
natal. El 30 de julio de 1889 regresa a la
capital para dar comienzo a una brillante labor científica. Ese mismo
año el Presidente de la República, Dr. Juan Pablo Rojas Paúl decide
enviarlo a hacer el postgrado en las universidades de París y Berlín con
el objetivo de que estudiara teoría y práctica en las especialidades de
microscopia, histología normal y patológica, bacteriología y fisiología
experimental; para tal fin le fue otorgada una beca de 600 bolívares
mensuales. Estando en Europa fallece su padre
quien le deja en herencia algunos bienes que él de manera desprendida
decide traspasar por completo a los hijos de su hermana María Sofía.
Regresa en 1891 para dedicarse a enseñar todo lo que había aprendido y
funda algunas importantes cátedras en la Universidad Central de
Venezuela. Su clientela crece día a día a la par que crecía su prestigio
como científico llegando a tener la más amplia lista de pacientes en
Caracas. En el campo filosófico Hernández se
declara partidario del creacionismo, imbuido por un fuerte espíritu
religioso que lo llevaría años más tarde a intentar consagrarse a la
vida monástica. En 1907 con 43 años cumplidos y luego de haber prestado
importantes servicios a su patria, el Dr. José Gregorio Hernández
comunica a Monseñor Juan Bautista Castro, Arzobispo de Caracas, su
decisión de entregarse en cuerpo y alma a la vocación religiosa, éste
que por muchos años había sido consejero espiritual del médico, muestra
ciertas reservas pues considera que aún eran muchos los servicios que
podía prestar al país en su condición de científico. Finalmente decide aprobar su
vocación y lo envía al convento de la orden de San Bruno en La Cartuja
de Farneta cercana al pueblito de Lucca en Italia. Allí luego de cumplir
con los protocolos de admisión fue aceptado bajo el nombre de Hermano
Marcelo el 29 de agosto de 1908, siéndole asignada una de las celdas
donde debía observar rigurosas normas y someter al cuerpo a constantes
mortificaciones, entre ellas privarse de comer o beber por días enteros,
evitar por completo el contacto con otros seres humanos incluyendo a
sus propios hermanos religiosos, soportar temperaturas de varios grados
bajo cero pues no podía procurarse en modo alguno ninguna forma de calor
mientras estuviese en la celda como novicio. Todo esto llevó a que Fray
Marcelo, pese a estar espiritualmente motivado, tuviera que desistir
pues su salud se vio gravemente comprometida. El maestro de novicios Ettienne
Arriat, consideró prudente y así lo recomendó al Padre General de la
Orden, que Fray Marcelo volviera a ser el doctor José Gregorio Hernández
y que regresara a Venezuela para recuperar totalmente la salud. Por esa
razón, y contra su voluntad, José Gregorio se vio precisado a dejar los
hábitos y a abandonar la Cartuja de Farneta ocho meses después de haber
ingresado en ella. El 21
de abril de 1909, el vapor “Cittá di Torino” dejaba en el puerto de La
Guaira a un abatido José Gregorio quien temeroso de las burlas que lo
podían esperar en Caracas, prefirió pasar la noche en una pensión de la
calle Los Baños en Maiquetía. Desde allí escribió y envió una carta a su
dilecto hermano César en la que explicaba a la familia el motivo de su
regreso y sus planes inmediatos. En líneas escuetas contó que un mes
antes, el Superior de los Cartujos le había comunicado que no podía
admitirlo por no tener vocación para la vida contemplativa, que su lugar
estaba en la vida activa por lo que le recomendaba ingresar en la orden
de los Jesuitas o que se hiciera sacerdote secular. En la parte final
de la carta le decía al hermano que le había escrito al Arzobispo de
Caracas, pidiéndole que lo recibiera en el seminario y le pidió que
fuera a ver al prelado para saber qué decisión había tomado. Al enterarse de que la respuesta
había sido positiva, José Gregorio subió de incógnito a la capital y se
instaló en el seminario. El 24 de abril, el diario La Religión anunciaba
con bombos y platillos el regreso al país del doctor Hernández e
informaba a sus lectores que éste había sido recibido en el Seminario
Mayor de Caracas. Esto provocó una verdadera avalancha de visitantes que
alteró grandemente la cotidiana paz del recinto. Familiares, amigos,
estudiantes de medicina, antiguos pacientes y colegas querían pasar a
verle para testimoniarle su afecto y respeto. Mas, la llegada del médico, ahora
seminarista, revivió en la ciudad el debate que se dio meses antes,
cuando éste partió a la Cartuja de Farneta, sobre cuál debía ser el
lugar a ocupar por tan eminente personaje, si la universidad como
profesor titular o la iglesia. El doctor Luis Razetti, quien siempre fue
gran amigo de Hernández pese a no compartir sus ideas, lideró el debate
por parte de la ciencia. Este otro sabio preguntó: “¿Donde es más útil a la sociedad,
en el laboratorio o en el seminario? Nadie tiene el derecho a censurar
el acto en sí realizado por el doctor Hernández pero todos debemos
lamentar su extrema decisión porque sustrae a nuestra actividad un
elemento útil (…) apaga en la universidad una luz y resta una
inteligencia en el concierto de las actividades científicas del país”. Atendiendo aquellas razones, de la forma más inteligente, el Arzobispo, Monseñor Juan Bautista Castro aconsejó a Hernández: - Usted debe volver a la universidad. La juventud lo necesita. José Gregorio más por un acto de
obediencia que por deseo, accedió a volver a la vida civil. A los pocos
días estaba dando clases en la universidad y participando en
investigaciones científicas, pero con el secreto propósito de reintentar
su ingreso en alguna otra orden monástica. Es por ello que, sin que
casi nadie lo supiera, buscó empleo como oficial de carpintería en un
pequeño taller ubicado entre San Isidro y Monte Carmelo. Todas las tardes, al salir de la
universidad, el hombre se dirigía a orar en la Santa Capilla, luego con
paso ligero cruzaba la avenida Este 1 (actual avenida Urdaneta) en
dirección norte. Subía a pie hasta San José del Ávila y una vez en la
carpintería, apartaba sombrero y saco, se arremangaba la camisa, cogía
un serrucho y ponía manos a la obra. Sabía que su fracaso como Cartujo
se debió fundamentalmente a la falta de fuerzas físicas y con esto
esperaba acostumbrar a su débil cuerpo a las labores rudas. En 1913 se registró su tercera
tentativa, Corrió el rumor en Caracas de que el doctor Hernández se
había embarcado para Roma con la intención de ingresar en el Colegio Pío
Latino Americano, pero poco tiempo después sus paisanos se enteran con
alarma de que el médico se encuentra sumamente grave. En efecto, una
seria dolencia que lo puso al borde de la muerte, marcó su tercer
fracaso. El consejo fue el mismo de las veces anteriores: Regresar a la
vida laica y desde allí servir al señor. Así que decidió entonces llevar
una existencia simple y en oración al lado de su hermana Isolina y
ayudando como médico a sus pacientes más necesitados. Así lo encontramos en junio de 1919 cuando el lamentable accidente le quitó la vida.
La mala noticia César
Hernández y su hijo Ernesto conversaban con Isolina, en la misma salita
donde minutos antes les esperaba José Gregorio, la mujer les comunicó
que el doctor había tenido que salir precipitadamente a ver a una
anciana que estaba grave. De pronto repicó el teléfono, Isolina colocó la bocina en la oreja al tiempo que saludaba. César la vio palidecer. - ¿Cómo? ¿Qué a José Gregorio lo estropeó un automóvil? La familia entera salió en
dirección del hospital Vargas para obtener noticias, cuando llegaron
supieron que estaba muerto con solo ver la grave expresión en el rostro
de las personas que lo habían llevado. Como causa del deceso se señaló
fractura en la base del cráneo. El velatorio que en un primer momento
decidió la familia realizar en el número 57 de Tienda Honda a Puente
Trinidad terminó llevándose a efecto en el paraninfo de la Universidad
Central de Venezuela donde miles de caraqueños acudieron a rendir sus
respetos al querido y admirado médico. El 30 de junio, día de las
exequias la ciudad se paralizó. El cortejo fúnebre que partió a las 4 de
la tarde no pudo llegar al cementerio sino a las nueve de la noche. Era
tal el mar de gente que lo acompañaba. Su tumba quedó tapada por una
montaña de flores como tributo de un pueblo que le admiraba y agradecía
todo el bien que aquel sabio obsequió con humildad y desprendimiento. El juicio de Fernando Bustamante El jueves 3 de julio de 1919, el
juez Alejandro Sanderson decretó la detención en la cárcel pública de
Fernando Bustamante de acuerdo con lo previsto en el artículo 151 del
Código de Enjuiciamiento Criminal. El día 4, el indiciado y varios de
los testigos rindieron declaración. Desde el principio todos
coincidieron en señalar que el suceso se debió a un infortunado
accidente y que no había habido de parte del acusado intención alguna de
causar daño. El proceso continuó todo aquel mes.
El día 30, el señor Ramón Gómez Valero, Fiscal del Ministerio Público
dirigió un oficio al juez Sanderson por el que la Fiscalía imputaba a
Bustamante el delito de homicidio por imprudencia y solicitaba la pena
corporal correspondiente. El primero de agosto, los miembros de la
familia Hernández enviaron un escrito al juez en el que aclaraban que
ellos no solicitaban castigo alguno para Fernando Bustamante pues
estaban convencidos de que el suceso en el que pereció el doctor
Hernández se debió a un accidente, sin intención delictuosa. Creían que
lo sucedido aquella tarde del domingo 29 de junio, era la voluntad de
Dios y se conformaban con acatar el designio divino. El noble gesto de la familia del
médico llevó al fiscal a rectificar su pedido. El 17 de noviembre envió
un escrito al juez de la causa en el que exponía su convicción de que no
existía culpabilidad alguna en Fernando Bustamante y por lo tanto pedía
respetuosamente que el veredicto fuera absolutorio. El 2 de diciembre
de 1919 el expediente que constaba de 55 folios fue remitido a la Corte
Superior Penal. Finalmente el 11 de febrero de 1920, la Corte confirmó
la absolución que se había dado días antes en primera instancia, y
dispuso que se librara la respectiva libreta de excarcelación. El acusado estaba libre, pero la
terrible imagen del momento en que dio muerte a su amigo José Gregorio
lo acompañaría como una pesadilla por el resto de su larga vida.
Fernando Bustamante rindió su último aliento el 1° de noviembre de 1981,
tenía 90 años. Su muerte ocurrió el día que la iglesia católica reserva
a todos los santos.
El largo camino a la santidad Si para Bustamante terminaba un
proceso, para el doctor Hernández empezaba otro: el de la canonización.
Su filantropía y honda vocación religiosa quedaron grabadas en el sentir
del pueblo, que lo hizo objeto de culto y veneración. Desde el día en
que se le inhumó un incesante peregrinar llegó a su tumba. La llama de
la fe silvestre incendió la pradera; unos y otros referían experiencias
de curación a través de José Gregorio. Al crecer la fama de santo y
milagroso las visitas se multiplicaron. Miles iban a pedir algún favor o
a pagar uno ya cumplido. En 1949 la iglesia puso en marcha
el proceso de beatificación, que pese al manifiesto deseo de la
feligresía por un pronto y feliz desenlace, habría de tropezar con
serios obstáculos. Algunos de ellos los conoceremos en las siguientes
líneas; pero antes veamos como comenzó todo. La familia del doctor Hernández
decidió publicar un libro que llevara al público más luces sobre la vida
y obra del célebre médico; de escaso tiraje pero de profundo interés
histórico, aquella obra se agotó rápidamente produciendo entre los
lectores y Ernesto Hernández Briceño, responsable directo de la
publicación, un inmediato “feed back”. Cientos de cartas llegarían a sus
manos, entre ellas una, que además del esperado agradecimiento contenía
una oración en la que se pedía la ayuda de Dios para obtener la pronta
beatificación de José Gregorio. El autor de la misiva, quien quiso
quedar en el anonimato, solicitó a Ernesto hacer las diligencias que
fueran necesarias para que aquella oración fuese aprobada por la persona
competente. Ernesto Hernández Briceño llevó la carta con la plegaria
ante Monseñor Manuel Pacheco, Pro Vicario General de Caracas y Rector de
la Santa Capilla para que este a su vez consultara el parecer del
Arzobispo de Caracas, monseñor Lucas Guillermo Castillo. Se acordó
entonces que el presbítero Francisco Maldonado explicara a Hernández
Briceño cómo redactar un escrito dirigido a la Sagrada Congregación de
Ritos de Roma solicitando de su Santidad instruir, si lo tenía a bien,
la causa de beatificación del doctor Hernández. Aquella carta, previa
aprobación del Arzobispo, salió a Roma el 19 de marzo de 1948. Un año y tres meses después, el 15
de junio de 1949, el Arzobispo de Caracas nombró un Tribunal delegado
que habría de llevar la causa y designó al padre Antonio de Vegamián
como postulador de la misma. El 19 de junio el diario La Religión
publicó un edicto que informaba a los miembros de la iglesia y a la
ciudadanía de que se había dado inicio a la Primera Fase de
Investigación Diocesana. El decreto exhortaba a toda persona que
conociera y tratara en vida al doctor Hernández a entregar al promotor
de la fe un relato breve de sus experiencias, así como cualquier texto
manuscrito o impreso que poseyera del sabio. Asimismo se pedía a
aquellos que tuvieran algo que decir en contra de las virtudes y
milagros atribuidos a José Gregorio que notificaran sus reparos y se
sirvieran declarar ante el Tribunal Instructor de la Causa. Ocho días después, el lunes 27 de
junio a las cuatro de la tarde, se congregó por vez primera en el
Palacio Arzobispal el Tribunal colegiado designado para entender de la
causa de beatificación. Las crónicas de aquel día relatan que antes de
comenzar la sesión, el Arzobispo invitó a los presentes a su oratorio
particular donde en medio de profusión de flores y luces entonó el himno
del “Veni Creator” al Espíritu Santo. Acto seguido pasaron al salón del
Trono en el que se verificó la reunión del Tribunal, con todas las
formalidades del caso. Se ratificaron las designaciones, se juramentó a
los miembros y se comisionó al Padre Postulador para que se abocara con
presteza a recabar los escritos atribuidos al doctor Hernández, a quien
desde ese día titularían “Siervo de Dios”. Se fijó un plazo de tres
meses para la presentación de los escritos, se aprobó el uso de la
oración para invocar el auxilio de Dios a favor de la pronta
beatificación y se ordenó la impresión de 10.000 ejemplares de la misma. El 29 de junio de 1949, a treinta años de la muerte del sabio, se publicó por vez primera en “La Religión” la famosa plegaria. El 19 de septiembre de aquel año,
el padre Antonio de Vegamián solicitó al Arzobispo que se comenzara a
instruir el proceso ordinario. Para la primera fase de investigación se
escogieron 39 testigos, entre los que destacaban los doctores Vicente
Lecuna, José Izquierdo, J.M Nuñez Ponte y Pedro del Corral. Los
testimonios debían ser hechos bajo juramento y tendrían valor probatorio
de carácter judicial. Lamentablemente, el proceso que en
un primer momento se evacuó con cierta diligencia tuvo una importante
interrupción que se extendería por más de 8 años. En aquella parálisis
convergieron varios motivos; tal vez el más importante de ellos, una
disputa personal entre el arzobispo de Caracas monseñor Lucas Guillermo
Castillo y su asistente, el entonces Vicario General Nicolás Eugenio
Navarro; este último expuso serias objeciones a la causa de
beatificación del doctor Hernández, movido según quienes lo conocieron,
por el resentimiento que sentía en contra de monseñor Castillo. Navarro alegaba no haber sido
consultado sobre aquel importante asunto; criticó acremente la
designación de Vegamián como Postulador y restó meritos a la figura del
doctor Hernández, a quien no consideraba con la suficiente talla
histórica ni espiritual, recordó su fracaso como cartujo e hizo notar su
extravagancia en el vestir, además señaló que “entre sus discípulos se
podían contar varios que se distinguían por su impiedad”. Esas objeciones no podían ser
ignoradas por provenir de un alto prelado de la iglesia y se
incorporaron al expediente en donde estarían haciendo contrapeso por
varios años. Ahora bien ¿Qué podía motivar a monseñor Navarro, quien
conoció personalmente a José Gregorio y acudió a elogiarle en su tumba, a
presentar ahora tan duras objeciones? Quienes lo conocieron afirmaban
que el encono sentido hacia Lucas Guillermo Castillo y que rebotó contra
el postulado, tenía su origen en el hecho de no haber sido electo
Arzobispo de Caracas, uno de sus más anhelados deseos. Nicolás Eugenio Navarro en el que
hay que reconocer a uno de los más importantes personajes de la iglesia
católica y de la historiografía nacional fue postulado en cuatro
ocasiones al cargo de Arzobispo; sin embargo, por razones que escaparon a
su control, enmarcadas en luchas intestinas de la curia metropolitana,
jamás llegó a ser electo, pese a reunir incuestionables meritos. Para
entender bien esto es necesario que nos remontemos a uno de los más
sombríos periodos de la iglesia venezolana. A raíz de la muerte del Arzobispo
de Caracas monseñor Juan Bautista Castro, el 7 de agosto de 1915, se
puso por primera vez sobre la mesa el nombre de Navarro como candidato
al arzobispado. Su postulación la apoyaba el presidente provisional
Victorino Márquez Bustillos, además de Navarro fue propuesto el
presbítero Buenaventura Núñez quien ejercía para la época de Vicario
Capitular, a este le apoyaba el internuncio Carlo Pietropaoli; pero como
desde el 24 de diciembre de 1899 (fecha del nombramiento de J.B. Castro
como Vicario General) sectores de la iglesia en Caracas se mantenían en
permanente conflicto por el control de la Arquidiócesis, ambas
candidaturas fueron desechadas a favor de un foráneo, el presbítero
Felipe Rincón González. Vale decir, antes de continuar, que
aquel enfrentamiento entre el Cabildo Metropolitano y la Arquidiócesis
llevó incluso a monseñor Juan Bautista Castro a denunciar el 19 de
febrero de 1906 ante el entonces presidente de la república, Cipriano
Castro un intento de asesinato en su contra. Dejemos que sean sus
propias palabras las que nos den luces sobre tan terrible hecho: “Una mano enemiga puso ayer en la
vinajera del vino con que iba a celebrar la Santa Misa, una buena
cantidad de nitrato de plata, con la intención, sin duda, de envenenarme
o de causarme grave daño. El autor de esta maldad que llega hasta el
crimen no es ninguno de los que viven conmigo en el palacio: de esto
estoy completamente seguro. Conocí el hecho en el acto de tomar el
nitrato en la Misa, que yo creía que era el vino consagrado: nada me ha
sucedido, a Dios gracia, porque esa sustancia no perjudica sino en muy
grande cantidad, según me han dicho los médicos, pero imagínese Ud. cual
habrá sido mi impresión y mis tristes pensamientos” (Extracto de carta de monseñor Juan Bautista Castro al presidente Cipriano Castro, fechada el 19 de febrero de 1906). Siendo entonces que Nicolás Navarro
fue uno de los más fieles acólitos de monseñor Castro, no se consideró
prudente seguir apoyando su candidatura a la sucesión y se optó por la
fórmula antes citada. Sin embargo el gobierno diocesano
de Felipe Rincón González no estaría tampoco exento de problemas
originados en el viejo deseo del Cabildo de tomar control de la
Arquidiócesis y terminó siendo víctima de una denuncia en torno al
presunto manejo irregular de las finanzas para lucrarse y favorecer a
familiares. Las acusaciones, que llegaron a ser procesadas por el
vaticano, salpicaron a monseñor Navarro, quien por mera casualidad se
enteró de aquel asunto. El hecho es que monseñor Basilio De Sanctis,
encargado de negocios de la nunciatura, implicó a Navarro como cómplice
del Arzobispo Rincón González en el pretendido manejo turbio de las
finanzas. Esta acusación terminaría afectando, como lo veremos en los
siguientes párrafos, una futura candidatura de monseñor Navarro a la
vicaría general con derecho a sucesión. En junio de 1937 el Arzobispo de
Caracas, Felipe Rincón González, ante la fuerte presión anímica que
vivía por las investigaciones a las que era sometido, propuso a monseñor
Nicolás Navarro como Vicario General y coadjutor, solo que al mismo
tiempo el nuncio Luigi Centoz, presentó el nombre del presbítero Pedro
Pablo Tenreiro. Monseñor Rincón González rechazó
aquella propuesta y envió un telegrama a su santidad en Roma solicitando
el visto bueno para la candidatura de Navarro. La respuesta a aquel
telegrama jamás llegó. Aparentemente el hecho de haber sido enredado en
la presunta malversación de bienes de la arquidiócesis impidió que el
vaticano aprobara la candidatura de monseñor Nicolás Navarro.
En el primer semestre de 1938, la
problemática de la iglesia era tan grave que el Papa Pío XI decidió
enviar a Monseñor Maurilio Silvani, nuncio apostólico en Haití en misión
especial a Venezuela con la tarea de enderezar los entuertos causados
por la Visita Apostólica que procesaba las denuncias hechas en contra
del Arzobispo Rincón. Silvani, luego de investigar en el
terreno y escuchar a las partes, sopesando la situación propuso dos
salidas: una era dar la coadjutoría con derecho a sucesión a monseñor
Navarro y la otra más drástica promover la renuncia del Arzobispo Felipe
Rincón González con el nombramiento directo de Navarro en el cargo.
Había una condición para esta segunda opción y era la de que Navarro
nombrase de una vez un coadjutor que ayudara a “dulcificar” sus
decisiones como Arzobispo, dado que era conocida su aversión por los que
participaron en la investigación contra Felipe Rincón. Logrado por fin el acuerdo entre
los sectores en pugna, se pasó a consultar con el ejecutivo nacional,
tal como lo mandaba la ley de patronato; luego de varias reuniones, el
presidente Eleazar López Contreras quien no se mostraba de acuerdo con
la renuncia del Arzobispo Rincón, por considerar que lesionaría su
dignidad, terminó aceptando la formula de la coadjutoría. En este punto
todo parecía solucionado pero un hecho, que no puede sino calificarse de
bochornoso, vendría a dar al traste con la tercera postulación de
monseñor Nicolás Eugenio Navarro. El viernes 8 de julio de 1938, el
presidente López Contreras, en reunión con el gabinete ejecutivo planteó
la candidatura de Navarro a la coadjutoría con derecho a sucesión. El
Dr. Cristóbal Mendoza, ministro de Hacienda pidió la palabra y comenzó
su intervención elogiando los conocidos meritos académicos y
espirituales del prelado pero finalmente declaró que “él se consideraba
autorizado para hablar en nombre de la sociedad de Caracas y en
consecuencia, podía asegurar que ésta no vería jamás con agrado en el
trono arzobispal capitalino a un individuo de color”. Sus colegas
enmudecieron, tal vez por sorpresa o aprobación y el presidente prefirió
evadir el espinoso asunto pasando al siguiente punto de la agenda. Al problema se le buscó una salida
elegante enviando a Navarro al Congreso de Historia de Bogotá, como
parte de la delegación venezolana. Así que en lugar de verse en camino
de ocupar la mitra de la sede metropolitana, el sorprendido prelado se
vio de pronto en un viaje que no tenía para nada previsto y que de
seguro le causo un amargo desencanto. Luego de ser descartado por su
color de piel, monseñor Navarro tendría una cuarta oportunidad en abril
de 1939, pero en esa última ocasión fue impugnado por el vaticano debido
al temor que aún provocaban las viejas rencillas de la curia caraqueña,
en las que Roma lo veía como parte actora. El 29 de mayo de 1939 el Congreso
Nacional eligió a monseñor Lucas Guillermo Castillo como Arzobispo
Coadjutor de Felipe Rincón González. Las aspiraciones de monseñor
Navarro llegaban así a su fin. El 17 de abril de 1941, monseñor
Lucas Guillermo Castillo nombró a Navarro Vicario General y Provisor, en
una decisión que fue ampliamente criticada y que debió de defender con
diversos argumentos. En ese cargo lo acompañaría Navarro hasta el 3 de
mayo de 1952 cuando hubo de presentar su renuncia ante el nombramiento
de Rafael Arias Blanco como Coadjutor. De esa ocasión se conserva una
carta de renuncia en la que se percibe el dolor y la amargura de Navarro
ante lo que él consideraba un progresivo e injustificado aislamiento de
sus funciones como Vicario en los que según sus propias palabras “se
vio obligado a retraerse, reduciendo su actividad en términos hartos
limitados y viviendo casi extraño a los asuntos ordinarios del
despacho”. El Arzobispo Lucas Guillermo
Castillo murió el 9 de septiembre de 1955. Tocaba ahora a monseñor
Rafael Arias Blanco tomar el testigo en la causa de beatificación del
doctor José Gregorio Hernández. Sin embargo, nada se retomaría sino
hasta el 21 de enero de 1957, cuando el nuevo arzobispo designó a
monseñor José Rincón Bonilla como postulador de la causa. A esa altura
solo se completaron tres sesiones de interrogatorios y muchos de los 39
testigos propuestos por el padre Vegamián estaban muertos; así que se
optó por comenzar de nuevo el proceso informativo, el 28 de enero Rincón
Bonilla presentó una nueva lista de 13 testigos que terminaría
ampliándose a 16. Los interrogatorios se llevaron a cabo entre el 11 de
febrero y el 16 de diciembre de 1957. El 8 de octubre de ese año, el
Nuncio Raffaele Forni envió a la Sagrada Congregación de Ritos una carta
de monseñor Navarro en la que éste exponía sus reparos al proceso de
beatificación y dejaba ver la molestia sentida en contra de Monseñor
Lucas Guillermo Castillo. A las nueve y cuarto de la noche
del 30 de septiembre de 1959 perdió la vida en un accidente de tránsito,
monseñor Rafael Arias Blanco dejando vacante el solio arzobispal; que
no sería ocupado sino hasta el 31 de agosto de 1960 por Monseñor José
Humberto Quintero. En la madrugada del 6 de noviembre de ese mismo año
llegó a su fin la existencia terrenal del prelado Nicolás Eugenio
Navarro, el hombre que se opuso a la beatificación de José Gregorio.
Monseñor Navarro entregó su alma en la vieja casona que ocupaba entre
las esquinas de Torre a Madrices en la que fue asistido al final de sus
días por el ayuda de cámara y secretario señor Hipólito Mújica y Sor
Trinidad, religiosa de la orden de las Hermanas Franciscanas. En 1961 luego de un feliz
interludio para la feligresía católica por el nombramiento de José
Humberto Quintero como primer cardenal de Venezuela, la Sagrada
Congregación de Ritos autorizó por decreto la apertura de un proceso
informativo adicional en el que se evaluarían las observaciones
formuladas por monseñor Nicolás Navarro en contra de la beatificación.
El 24 de julio el Cardenal Quintero designó el tribunal que se
encargaría de instruir ese proceso. Ese tribunal interpeló a 7 testigos y
encargó a monseñor Jesús María Pellín la elaboración de una biografía
psicológica de monseñor Navarro, en esta el conocido director del diario
“La Religión” concluyó que pese a ser Navarro un hombre de singular
talento, era a la vez una persona de carácter difícil y amargo, soberbio
y crítico acérrimo de todo proyecto que no emprendiera él mismo. Finalmente, el 16 de octubre de
1961 el tribunal diocesano desestimó los reparos hechos por Navarro en
contra de la fama de santidad de José Gregorio concluyendo que “la
oposición del prelado no era contra las virtudes del Siervo de Dios,
sino contra su superior monseñor Castillo, porque no podía aceptar que
lo hubiesen nombrado Arzobispo de Caracas, y difícilmente podía
disimular los sentimientos de aversión, molestia y disgusto inspirados
por el hecho de que el nombramiento recayera en monseñor Castillo y no
en él”. Se franqueaba de esta manera uno de
los más importantes obstáculos puestos en el camino de José Gregorio
para alcanzar la santidad. El 2 de abril de 1964, la Sagrada
Congregación de Ritos al no conseguir más objeciones emitió un decreto
en el que certificaba que no había trabas que impidieran continuar el
proceso.
El 29 de junio de 1969, con motivo
del cincuentenario de la muerte del Dr. Hernández, Roma ordenó la
revisión de sus restos, para entonces el postulado estaba en la fase
final del examen para ser proclamado como Venerable. La revisión debía
efectuarse en presencia de dos médicos, un juez, dos testigos y el Vice
Postulador de la causa. En aquella ocasión, su tumba
recibió la visita del doctor Rafael Caldera, presidente de la república,
quien llegó acompañado de su esposa y parte del gabinete ejecutivo. El
presidente luego de conversar con el obispo auxiliar de Caracas,
Monseñor José Rincón Bonilla, anunció al país la intención de erigir un
mausoleo en otro sitio del cementerio que sirviera para alojar más
dignamente a los restos del Siervo de Dios. Aquel proyecto sería finalmente
desechado; a medida que pasaban los años, más y más visitantes acudían a
la tumba. La situación se fue haciendo incontrolable; pese a que en
1970 se colocó una reja techada para impedir el acceso directo de las
personas, igualmente se iban acumulando flores, estampas, placas de
agradecimiento, recipes, exámenes médicos, toda suerte de papeles y
velas, muchas velas. Hasta que ocurrió lo que tenía que ocurrir en
cualquier momento. Se desató un incendio en el lugar. La ocurrencia del
siniestro llevó a que se tomara la decisión de trasladar los restos
mortales a la iglesia de La Candelaria, el acto de exhumación sería
aprovechado para cumplir con el requisito de la revisión ordenada por el
Vaticano. A las 7:15 de la mañana del jueves
23 de octubre de 1975, dio comienzo el acto que permitiría exhumar los
restos, trasladarlos a su nuevo sitio de descanso y proceder a la
revisión protocolar. La ceremonia se efectuó en forma privada y sin
notificación previa para evitar la natural aglomeración de fieles.
Alrededor de la tumba se encontraban, entre otros, Monseñor José Alí
Lebrún, Monseñor José Rincón Bonilla, el señor René Carvallo quien era
sobrino – nieto del doctor, el doctor Carlos Travieso que fue uno de los
que lo atendió cuando lo llevaron moribundo al hospital Vargas, el
doctor Fermín Vélez quien junto a Travieso participaría más tarde en la
revisión de los restos y el reverendo Luis García, capellán del
Cementerio General del Sur. Como testigos e invitados especiales
acudieron los señores Crisólogo Ravelo y Vicente Jordán, los obreros del
cementerio que en 1939 realizaron la primera exhumación. Ravelo y Jordán comentaron a los
presentes que la tumba era doble y que en la misma debían estar dos
urnas, la primera, más grande y de madera correspondía a César Hernández
y la segunda más pequeña y de concreto era la del Siervo de Dios. Luego
de remover dos metros de tierra, las palas se toparon con la gruesa
losa de cemento, la misma fue cuidadosamente removida y en el primer
nicho se podía ver el primer féretro, el que pertenecía al hermano de
José Gregorio. La antigua urna de madera se había desintegrado por
completo, pero la parte interna de zinc se halló en perfecto estado, ese
cajón de metal se colocó dentro de una nueva urna de madera que se
había traído desde los depósitos del cementerio. Posteriormente, los obreros se
dispusieron a abrir la bóveda inferior; al retirar la tapa de concreto
lo primero que hallaron fueron dos latas llenas de tierra, que
pertenecieron a la primera tumba del doctor. Más abajo estaba la pequeña
urna de cemento en la que se colocaron los restos exhumados en 1939. En
ese momento, Monseñor Lebrún rezó el salmo 130 “De profundis clamavi ad
te, Domine” en latín y castellano. Luego la urna fue subida a una
carroza fúnebre que la trasladaría hasta la iglesia de Nuestra Señora de
la Candelaria. En aquel templo se verificaría, horas más tarde, la inspección canónica y se levantaría un acta que sería enviada al Vaticano. El 16 de enero de 1986, luego de
aprobar a José Gregorio el ejercicio heroico de las virtudes cristianas
se le otorgó el título de Venerable, antepenúltimo escalón en el largo
camino de la santidad. En los meses recientes ha crecido la expectativa
entre los fieles sobre su posible beatificación debido a que el 25 de
septiembre de 2013 el Papa Francisco manifestó interés por la
aceleración de esta causa. Referencias: Hernández Briceño, Ernesto. “Nuestro tío José Gregorio Hernández: contribución al estudio de su vida y de su obra”. Tipografía La Nación. Caracas, 1958. Avendaño, Pedro. “Un proceso y una incógnita”. Editorial San José. Caracas 1973 Blanco Rincón, Mariana.
(1984). “Las relaciones entre el estado y la Iglesia en Venezuela, el
arzobispado de Monseñor Felipe Rincón González. Aproximación histórica a
partir de las fuentes consultadas en Venezuela”, Tesis de Licenciatura,
Bélgica: Universidad Católica de Lovaina, consultado el 25-8-2014. Quintero, José Humberto. “El Arzobispo Felipe Rincón González”. Ediciones Trípode. Caracas 1988 Carvallo, Marcel. “Un hombre en busca de Dios” Editorial Trípode. Caracas 1995 Díaz Álvarez, Manuel. “El médico de los pobres, Dr. José Gregorio Hernández” Ediciones San Pablo. Caracas, 1997. Yaber, Miguel. “José
Gregorio Hernández, académico-científico, apóstol de la justicia social,
misionero de la esperanza”. Ediciones OPSU. Caracas 2004. Castillo Lara, Rosalio José. “Monseñor Lucas Guillermo Castillo, un Pastor según el corazón de Dios”. Caracas 2004. Navarro, Nicolás. “Carta de renuncia a la Vicaría General”. publicada en La Religión el 6 de mayo de 1952. Portada y página 8. Pérez León, Tirso. “Pasado mañana cumple 41 años de muerto el médico de los Pobres” La Esfera Lunes 27 de junio de 1960. Página 4. Sanabria, Alberto. “Duelo
de la Patria. Monseñor Doctor Nicolás E. Navarro”. El Universal 11 de
noviembre de 1960. (Reproducido en el Boletín de la Academia de Ciencias
Políticas y Sociales, noviembre de 1960, páginas 65 a 67) Yanes, Oscar. “El Pasteur venezolano había fracasado como cartujo”. Bohemia 28 de octubre de 1964, páginas 5 a 51. García Armas, Luis. “José Gregorio dijo adiós a Tierra de Jugo”. El Mundo 24 de octubre de 1975. Página 10 Expediente sustanciado por el Juzgado de
Primera Instancia en lo Criminal actualmente custodiado por el Archivo
General de la Nación. Prensa consultada: La Religión, El Universal, El Tiempo, La
Esfera, El Heraldo, Últimas Noticias, El Mundo, La República y Ciudad
Caracas entre junio de 1919 y septiembre de 2013. Publicado originalmente el 26 de octubre de 2013 Actualizado el 21 de octubre de 2014 con motivo de los 150 años del Natalicio de José Gregorio Hernández
Tras
muchos años de estudio, el legado de Hernández no está solo en los
altares de los corazones de los venezolanos, está en sus numerosos
escritos y en haber vivido una vida apegada a los valores humanos.
Por Andreína García Reina
A 150 años del nacimiento del Doctor José Gregorio Hernández y a 95 de su muerte sorprende que aún sea tan recordado
y querido por los venezolanos. La iglesia Católica lo considera
Venerable desde 1982 por haber vivido una vida ejemplar, apegada a Dios,
y los cultos sincréticos lo consideran una figura muy importante por
sus poderes de sanación. Estudiantes, deportistas y enfermos aún le
rezan con la fiel convicción de que serán escuchados.
Y es que el “el venezolano siente que rezarle a José Gregorio es efectivo
e incluso lo recomienda”, tal como lo afirma la señora Laura Rizo de
Zambrano, secretaria de la oficina de la Causa de la Canonización del
médico nacido el 26 de octubre de 1864 en Isnotú, Estado Trujillo.
José Gregorio es una de las figuras más conocidas en Venezuela por su fama de santidad, pero fue un científico, fue un profesor espectacular,
dio clases durante 28 años en la escuela de Medicina, fue un
investigador, tuvo publicaciones muy valiosas sobre tuberculosis, lepra y
distintas enfermedades. Además fue fundador del laboratorio de la
Facultad de Medicina y después fue director del laboratorio del Hospital
Vargas, que para la época era un hospital grandísimo de 500 camas, para
una Caracas que no pasaba de 400 mil habitantes, destaca el médico
Manuel Guzmán Blanco, integrante de la comisión que creó el Episcopado
Venezolano por los 150 años del nacimiento de José Gregorio Hernández.
Médico y ciudadano ejemplar
Tras muchos años de estudio, el legado de Hernández no está solo en los altares de los corazones de los venezolanos, está en sus numerosos escritos y en haber vivido una vida apegada a los valores humanos.
“La obligación de cada cual, aceptada alegremente, y cumplida con
fidelidad por el bien común, es la mejor manera de ser hijos verdaderos
de esta entidad que Dios ha querido unirla a nuestra vida. La Patria”, dice una frase que se le atribuye a Hernández. El compromiso con su país y su gente fue manifiesto en su vida
desde que eligió la medicina como profesión. Sin embargo, es su regreso
de estudiar en París con una beca del Estado y de ser alumno de dos
premios nobel de la época, lo que marca un hito en la historia
venezolana. En 1891 funda las cátedras de bacteriología, histología y
fisiología experimental e introduce en el país la enseñanza del uso y
manejo del microscopio, así como las técnicas de estudio de tejidos y
cultivo de microbios, lo que dio inicio a la etapa científica de la
medicina venezolana.
Aunque la medicina era su vocación de vida, Hernández se sintió
llamado en varias oportunidades de su vida por los votos religiosos. Se
unió a la orden de los Cartujos en Italia y asumió el nombre de Fray
Marcello, pero la enfermedad y el mal clima le hicieron regresar a
Caracas. También quiso hacerse sacerdote en Roma, pero las mismas
circunstancias lo hicieron regresar. Su camino estaba en la medicina, en ayudar a los más necesitados. Quizás la parte que menos se conoce de su vida es su infancia en Isnotú.
Sus biógrafos, entre ellos Miguel Yaber, señalan que José Gregorio no
era un simple campesino. Su padre y madre, ambos miembros de la
burguesía de la época en el Estado Zamora, actual Barinas, escaparon muy
jóvenes a Trujillo, huyendo de una amenaza de muerte que recibiera su
padre, el conservador Benigno Hernández, de un grupo que le adversaba.
En esa época Venezuela estaba en plena efervescencia, recién acababa la
Guerra de los Cinco años y el país estaba plagado de guerrillas y pugnas
intestinas.
Su educación inicial estuvo a cargo de su madre Josefa Antonia, hasta su prematura muerte, y desde que se inició en la educación formal destacó por su genio.
Los valores morales de la época lo hicieron un joven muy apegado a la
doctrina católica, oraba, iba a misa y de 12 años ya tenía escritos
sobre cómo escucharla, según relata la señora Laura Rizo.
Conocer la vida de José Gregorio le hará mucho bien al país, afirma
Monseñor Fernando Castro, vice postulador de la Causa. “Fue un excelente
hijo, fue un excelente hermano. Fue un campesino de Isnotú que se
superó a niveles impresionantes. Fue un excelente estudiante. La
Universidad Central fue el sitio donde creció como médico, luego va a su
pueblo para servir. Un servidor de esa calidad, un ciudadano de esa
categoría, un hombre amante de la paz, un hombre que no distinguía entre
blancos y negros, entre pequeños y grandes, gobernantes o no
gobernantes, fue un médico excepcional. Un modelo de ciudadanía”.
El amor de la gente
La doctora María Isabel Giacopini fue criada en La Pastora, muy cerca
de donde vivía el Doctor Hernández. Quizás esa cercanía despertó una
gran curiosidad que se transformó en investigación y estudio sobre la
vida, la muerte y el legado de José Gregorio.
Giacopini, profesora de la Universidad Central, es defensora del
legado médico de Hernández y ha organizado foros y conversatorios sobre
su vida y obra. Relata que de muy pequeña padeció de rubeola y su tía le
dio una estampita de José Gregorio para que le pidiera por su pronta
recuperación. Después de seguir el tratamiento que le recetaron al pie
de la letra, se curó y en su inocencia de niña creyó que José Gregorio le había hecho un milagro. Desde entonces le reza, sobre todo cuando era estudiante. “La oración hace que uno saque de dentro de uno mismo una fuerza sobre natural”,
dice ya entrada en años, pero su interés por José Gregorio la ha
llevado a divulgar la trascendencia de su legado como médico. Giacopini
considera que el Doctor Hernández es el fundador de la medicina
experimental en el país por haber traído el primer laboratorio, el
primer microscopio al país, y haber colaborado en la sistematización de
la investigación en Venezuela.
“El instituto de Medicina Experimental de la Universidad Central de
Venezuela lleva muy merecidamente su nombre porque fue él quien inició
la medicina experimental en Venezuela, cuando llegó de Francia en 1891”,
añade.
También se ha dedicado a desentrañar el momento en el que comenzó la devoción hacia Hernández.
“La devoción del Doctor Hernández comienza antes de su muerte.
Cuando falleció fueron tantas personas a sus exequias que tuvieron que
habilitar el Paraninfo de la Universidad Central que estaba cerrado. La
gente no dejó que lo llevaran hasta el Cementerio General del Sur en
carruaje, la gente quiso llevarlo en hombros. Rezaron los novenarios
hasta que alguien llevó una petición y dijo que le había concedido un
milagro”, explica Giacopini.
En 1949 la iglesia Católica distingue a José Gregorio Hernández como Siervo de Dios
y tras un incendio en el Cementerio General del Sur por la cantidad de
velas y ofrendas que le llevaban, sus restos fueron trasladados a la
Iglesia de La Candelaria. Allí José Gregorio recibe cientos de visitas
diariamente.
El abogado del Diablo
El Doctor Manuel Guzmán Blanco, internista, y especialista en
infecciones hace las veces del abogado del diablo cuando le llegan
testimonios que parecen milagros. Su trabajo, aunque pueda romper más de una ilusión, solo busca “hacer justicia a la verdad”.
Antes de la creación de la comisión su papel ha sido de recibir aquellos supuestos milagros, en los que se requiere una opinión médica.
Su trabajo ha sido analizar los casos al detalle y consultar con los
especialistas, dependiendo de la patología en particular. “Algo que ha
sido conmovedor y muy sorprendente es el número de testimonios que
llegan”, afirma.
Pero lamentablemente ninguno ha calificado como milagro “Hasta ahora no hay el milagro definitivo para la beatificación. Yo creo que el milagro actual es que José Gregorio es una figura que une mucha gente”, sentencia.
“Para que algún hecho médico califique como milagro, en el caso de
una enfermedad, tiene que haber una curación completa, en un período
corto de tiempo y que no pueda ser explicada por los médicos”, explica.
En muchos casos, en los que la gente se ha sentido muy conmovida por
la intervención de José Gregorio, la descripción de la enfermedad no se
correspondía con la realidad, relata. “La persona no tenía realmente la
enfermedad que le diagnosticaron”.
La otra arista del trabajo que ha hecho durante el último año el
Doctor Guzmán, junto a la Causa del Doctor José Gregorio Hernández, es
dar a conocer más detalles sobre la vida del llamado médico de los
pobres.
El camino a la beatificación
“El paso más importante en este camino fue el que ya se dio
el 16 de enero de 1982, cuando fue decretado por el Vaticano como
Venerable”, explica Monseñor Castro y destaca que la inmensa
mayoría de los casos de beatificación se quedan en el Decreto de
Venerable porque todo el mundo tiene una página negra en la vida.
“La investigación sobre la vida de José Gregorio fue muy exhaustiva.
De hecho hubo un proceso adicional de investigación que se hizo por unos
detractores que tenía y fue muy bueno, porque eso certificó su fama de
santidad”, cuenta quien ha estado encargado de la vice postulación desde
hace tres años.
El eclesiástico afirma que es un camino largo, que amanecerá cuando
Dios quiera. Por ahora, dice, les corresponde trabajar. “Todo aquél que
haya recibido una prueba una señal de Dios a través de José Gregorio
debe hacernos llegar su testimonio a causajosegregorio@gmail.com”,
puntualiza.
El
19 de junio de 1919, justo el día del aniversario de su graduación de
médico, José Gregorio estaba en su consulta privada, en la sala de la
casa que compartía con una de sus hermanas en La Pastora, cuando lo
llamaron para que fuera a ver a una anciana de escasos recursos de
Amadores a Cardones.
Por Andreína García Reina
Dicen que al salir, fue a la Botica de la cuadra para comprar las
medicinas que necesitaba la vieja mujer. La historia señala que
Hernández salió de la botica con premura y cuando iba a cruzar la calle
fue arrollado.
El conductor, Fernando Bustamante, muy amigo suyo y su próximo
compadre, iba a sobrepasar al tranvía que estaba parado frente a la
botica y no pudo frenar cuando vio que una persona salía
intempestivamente de detrás del tranvía. El carro, uno de los 600 que
había en la Caracas de la época, hizo volar el cuerpo de Hernández que
impactó contra la acera. El resultado fue una fractura de cráneo.
Los vecinos relatan que Bustamante, al percatarse de que era su amigo
José Gregorio el que estaba en el suelo, lo subió al carro, que no era
suyo, y lo llevó de inmediato al Hospital Vargas, pero allí no había
médico de guardia. Para cuando llegaron los médicos, ya era muy tarde.
José Gregorio estaba muerto.
La doctora María Isabel Giacopini, profesora de la Universidad
Central de Venezuela, defensora del legado médico de Hernández e
investigadora sobre su vida, tiene una hipótesis diferente sobre los
acontecimientos que desencadenaron su muerte. Según cuentan los vecinos,
entre ellos el señor Gustavo Salazar, Hernández iba apresurado a
atender a un niño que se cayó de un árbol y estaba herido. Por eso había
salido con tanta premura y distraído de la botica.
En la Caracas de los techos rojos no había el tráfico de hoy. Apenas
pasaba el tranvía y algunos carruajes halados por mulas. No era usual
que pasaran carros por el casco de La Pastora, explica la doctora. “Por
eso José Gregorio salió de la botica sin ver”, añade.
Esta es una infografía que publicó el diario El Universal sobre la muerte del venerable.
Puede leer más sobre la vida del doctor José Gregorio Hernández en la edición
Las huellas que dejó José Gregorio Hernández en Caracas
José Gregorio Hernández fue fundador de la Academia de Medicina y ocupó el sillón 28
En la Academia Nacional de Medicina se
conserva el sillón original que Hernández utilizó como miembro fundador.
En cambio, en el Hospital Vargas su laboratorio permanece cerrado
EMILY AVENDAÑO eavendano@el-nacional.com 21 de octubre 2014 - 12:01 am
José Gregorio Hernández no
abandonó las salas del Hospital Vargas ni siquiera con su muerte. En más
de una habitación está pegada en la cabecera de la cama o guardada bajo
la almohada de un paciente la estampita del médico de los pobres.
Rafael Muci-Mendoza, ex presidente de la Academia Nacional de Medicina,
ha dicho que se trata del único médico con 100 años de servicio activo
en el centro de salud. Y es así.
María Fernández frecuenta el
área de cirugía desde hace seis meses, cuando a su hijo le dispararon.
Confía en que será el venerable quien le devolverá la salud al joven.
Para eso, en más de una oportunidad, le ha dejado una vela encendida en
el altar improvisado por los familiares de los enfermos en esa área. En
la mesa las notas con peticiones, se confunden con las placas de
agradecimiento por el favor recibido.
La última lección de
Hernández en el Vargas fue sobre la lepra. Ahí, además de atender
pacientes y educar, trabajó en el laboratorio que equipó gracias a la
beca que le permitió cursar estudios de Microscopía, Bacteriología,
Histología Normal y Patológica y Fisiología Experimental en París. Ese
laboratorio está cerrado. Aseguró el doctor José Luis Rodríguez que ha
estado así por muchos años. “Soy microbiólogo. José Gregorio Hernández
fue el fundador de la primera cátedra de Bacteriología que hubo en el
país –y en América–, así que profesionalmente soy hijo de su escuela. En
el hospital se le respeta y recuerda mucho por su trabajo científico”.
Aunque
el médico nació en Isnotú, estado Trujillo, desde los 13 años vivió en
Caracas y se convirtió en un personaje de la ciudad, que aún conserva
sus huellas.
El sillón y la casa desaparecida.
Escogido por Luis Razetti, Hernández fue uno de los 35 fundadores de la
Academia Nacional de Medicina en 1904. Ocupó entonces el sillón número
28, entre los seleccionados para normar la salud en Venezuela. La silla
se conserva en el Palacio de las Academias. La Gaceta Médica de Caracas
fue la tribuna para que Hernández expusiera sus investigaciones. “Esa
fue la primera revista científica de Latinoamérica. En la biblioteca de
la academia se conservan los números originales donde él publicó”, dijo
Huniades Urbina, miembro correspondiente 39.
La casa de La
Pastora donde vivía José Gregorio al momento de su muerte ya no existe,
pero los habitantes de la parroquia conocen el punto en la que se
ubicaba. Es en la esquina de Desbarrancados –justo en frente de una
cauchera–.
Debajo de uno de los avisos que identifica la calle
Norte 8 y la esquina hay un grafiti con la imagen del venerable. “Por el
amor de los pobres, el pueblo de Venezuela ya le ha dado su lugar”,
reza la inscripción junto a la figura.
De esa casa habría salido
el médico el 29 de junio de 1919, alrededor de las 2:00 pm, para ir a
atender a una de sus pacientes, pero fue atropellado.
En tres de
los cuatro puntos cardinales de la esquina de Amadores le rinden
homenaje. En el muro de la Farmacia de Amadores hay dos placas. Una que
alude a que la vida del médico se extinguió en ese sitio y otra del
Concejo Municipal de Libertador que refiere que desde el 28 de octubre
de 2009 se designa con el nombre del Dr. José Gregorio Hernández la
avenida Oeste 9. Aunque ninguna placa a lo largo de la vía lo indica.
El
cartel que identifica la Farmacia de Amadores se cayó. Douglas Piña,
administrador del negocio, explicó que la farmacia ha pasado por muchas
manos desde la muerte de Hernández por lo que no conservan ningún
recuerdo del médico en las instalaciones. Ni siquiera una de las más de
7.000 recetas escritas por el venerable, que los farmaceutas de la época
ya valoraban y solían guardar. Pese a que su beatificación continúa
pendiente, en los lugares que pisó ya se le considera santo.
Mervin
Mármol es historiador y pintor. El artista fue el responsable de pintar
el mural y además estuvo en las mesas de trabajo que se organizaron
durante el mandato de Freddy Bernal para renombrar la avenida, donde
participaron representantes del Museo Arturo Michelena, de la Casa de la
Cultura de La Pastora y de la Fundación José Gregorio Hernández. “José
Gregorio era alguien muy noble y humilde. El mural busca rendirle
tributo al hombre, al médico, el investigador y humanista”.
Aunque
sus restos fueron trasladados en 1975 a la iglesia de Nuestra Señora de
La Candelaria, en el Cementerio General del Sur todavía se le recuerda.
Allí fue enterrado el 30 de junio de 1919. Todos los cuidadores de
tumbas saben donde se ubicaba la suya. Sin embargo, el mausoleo no tiene
ninguna identificación y es ahora hogar de un indigente. A una fosa de
por medio están los restos de José Benigno Hernández, quien se presume
fue su hermano. Ahí hay otra imagen de yeso de José Gregorio y una placa
que dice: “Gracias, Doctor José Gregorio Hernández, por el favor
concedido”.
Fuente de la noticia: Vanessa García // Crédito de imágenes: Vanessa García
Desde
las 5:50 de la mañana de este domingo, la iglesia de La Candelaría de
Caracas abrió sus puertas para recibir a los feligreses de José Gregorio
Hernández que lo homenajean a los 150 años de su nacimiento.
A las 6:25 de la mañana le cantaron las
mañanitas y hasta las 7:40 terminó la serenata al llamado Siervo de
Dios. Las actividades religiosas continuarán en varias ciudades del
país.
La señora Carmen Almeijeiras aseguró que
el nacimiento de su hijo, Carlos Gregorio, fue un milagro del doctor
José Gregorio Hernández.
“A mi hijo lo iba perdiendo a
los dos meses de embarazo. Fui a la iglesia a pedirle porque había
perdido mucha sangre. Cuando fui al médico me dijo que era mentirosa,
que eso estaba cerradito. Por eso le coloqué el nombre a mi hijo en
honor a él”, señaló.
“No sé si el vaticano
entiende mucho esto, pero todos los milagros que consignaron los
rechazaron” indicó la devota Raiza Torrealba, quien afirma que lo que
sienten los feligreses por José Gregorio Hernández “es un fervor, algo
que llevamos dentro de nuestro corazón.
Autoridades eclesiásticas
El cardenal Jorge Urosa
Savino ofició la misa de las 12:00 a.m. desde la Iglesia de La
Candelaria en honor a El Venerable. En el momento de la eucaristía, le
pidió a Dios por la pronta beatificación de El médico de los pobres.
“Vamos a pedirle a Dios que nos conceda la gracia de
su beatificación. Que Dios realice el milagro de llevar al doctor José
Gregorio Hernández a nuestros altares”
El arzobispo de La Guaira,
monseñor Raúl Castillo, manifestó su satisfacción por la celebración del
150 aniversario del nacimiento de José Gregorio Hernández, a quien
calificó como un modelo para la juventud.
“Creo que es un modelo en estos momentos cuando muchas
personas emigran, que creen que no hay oportunidades. José Gregorio se
regresó a Venezuela, fue profesor y maestro. Además, mostró una gran
sensibilidad humana que es lo que nos falta en estos momentos”
El vicepostulador de la causa de José
Gregorio Hernández, Fernando Castro, les solicitó a todas las personas
que hayan recibido algún milagro por parte de José Gregorio Hernández a
que postulen su testimonio, guardando historias médicas y narrando todo
lo que ocurrió.
“Es importante que todos pongamos nuestro granito de arena para que todos tengamos esa gracia que Dios nos va a conceder”
Al finalizar la homilía, el Cardenal invitó a los venezolanos a
aprovechar la importante ocasión para imitar al Dr. Hernández por ser
“un venezolano cabal que siempre cumplió con su deber”.
“Proclamó las virtudes cristianas, la iglesia ya reconoció que fue un hombre llenó de Dios”
En cuanto a la posible beatificación del “siervo de Dios” por parte
de Roma, la autoridad eclesiástica invitó a esperar sin paciencia sin
“estar apurados”.
De igual forma rechazó a la corrupción, administrativa, fraude al
estado, a la nación y la cantidad de asesinatos, además pidió respeto a
la vida.
“Pienso en el señor Leopoldo López, Scarano y Ceballos, es importante
que se atienda la realidad de los hechos, ellos están siendo acusados
sin mayor fundamento, están siendo sometidos a juicios sin debidos
procesos y maltratos en la cárcel, por lo que hago un llamado a que la
situación se corrija y que se respete la justicia”
Actividades en Isnotú
Por su parte, en Isnotú, estado
Trujillo, la ciudad natal de José Gregorio Hernández, miles de
seguidores acudieron desde distintos lugares del país para pedir por la
pronta beatificación del “médico de los pobres”. La policía estatal, los
cuerpos militares y Protección Civil del estado Trujillo resguardan la
integridad de los feligreses.
Isnotú, un pueblito del municipio Betijoque
del estado Trujillo, espera este fin de semana más de cien mil
visitantes. No en vano este escondido rincón andino es el sitio natal
del Dr. José Gregorio Hernández, quien vino al mundo el 26 de octubre de
1864 en la que entonces se llamaba Estados Unidos de Venezuela.
El
sesquicentenario (150 años) del natalicio del Dr. Hernández es además
el año en que la Iglesia Católica venezolana y todos los ciudadanos de
este país, se han declarado en una verdadera campaña para lograr
demostrar un milagro que declare santo a quien ya lo es en el corazón de
todos los venezolanos.
El 26 de octubre es Día de Júbilo
Nacional desde el año 2008 y día No Laborable en el estado Trujillo. Si
bien José Gregorio Hernández se encuentra sepultado en la Iglesia La
Candelaria en Caracas (en honor a sus ancestros canarios), en Isnotú
está el monumento conmemorativo que recuerda su lugar natal. El gobierno
anunció que invertiría 48 millones de bolívares en mejorar el sitio y
además ofreció una estatua de 80 metros de altura, con una vista
panorámica de 360º grados, que si logran culminar sería la estructura
más grande del mundo en honor a un santo.
Humildad y sabiduría
Su
papá Benigno María Hernández Manzaneda era dueño del comercio del
pueblo, lo cual hacía que los seis niños tuviesen un mejor nivel
educacional y económico que la mayoría. José Gregorio, el mayor, era el
favorito de su madre, doña Josefa Antonia Cisneros Mansilla,
descendiente de españoles. Su inteligencia lo hizo destacar desde
pequeño y a los 13 años lo enviaron a Caracas a terminar bachillerato en
el Colegio Villegas, dirigido por Guillermo Tell Villegas, cuya esposa
actuó como una segunda madre con el jovencito trujillano.
Aunque
le gustaba derecho, estudió medicina por complacer a su padre. Al
graduarse de médico en 1888 en la Universidad Central de Venezuela
recibe una beca de honor del gobierno venezolano para especializarse en
áreas no conocidas aún en el país, como microbiología, histología,
patología, bacteriología y fisiología experimental. Concluidos sus
estudios en la Ciudad Luz, viaja a Berlín, donde continúa su
especialización.
En 1891 regresa de Europa y comienza como
docente en la Escuela de Medicina de la UCV. Durante sus estudios en el
Viejo Continente, el gobierno venezolano le encomendó la adquisición de
equipos y bibliografía. Así es como José Gregorio Hernández introduce
el microscopio en los laboratorios venezolanos. Fundó la cátedra de
bacteriología, la primera en América y es la primera persona en
Venezuela en publicar un trabajo de dicha disciplina (Elementos de
Bacteriología, 1906).
Considerado pionero de la docencia
científica en Venezuela, el Dr. Hernández es autor de trece ensayos
reconocidos por la Academia Nacional de la Medicina, de la cual fue
fundador. Formó una escuela de importantes investigadores: discípulos
suyos fueron entre otros, el doctor Jesús Rafael Rízquez y Rafael Rangel
(llamado El Sabio ).
José Gregorio Hernández era un hombre
culto, hablaba español, francés, alemán, inglés, italiano, portugués y
dominaba el latín. Tocaba el armonio y el piano con notable maestría.
Dicen que tocaba a cuatro manos con el eminente músico Juan Vicente
Lecuna. Publicó cuentos en el prestigioso semanario El Cojo Ilustrado.
Era un obseso de la puntualidad y la responsabilidad.
Así que
nuestro santo también fue un ilustre médico, un científico, músico,
literato, políglota y como eso no bastaba a su genio, era un notable
teólogo cuyo sueño era la vida de santidad, ¡como monje de clausura!
El hermano Marcelo
En
1908, el Dr. Hernández decide interrumpir su actividad científica y
médica para ingresar en La Cartuja de Farneta en Italia, en la Orden de
clausura de San Bruno. Toma el nombre de hermano Marcelo pero nueve
meses después enferma por el intenso frío y las duras condiciones del
monasterio y el superior lo manda de regreso a Caracas. Al llegar
ingresa en el seminario de Santa Rosa, pero siempre obsesionado por la
vida monacal se va a Roma con su hermana Isolina para estudiar en el
Pontificio Colegio Pio Latino Americano, con miras a reingresar en el
monasterio, pero nuevamente una afección pulmonar lo devuelve al
templado clima de Venezuela.
Siempre orientado a la vida
religiosa, ingresa a la Orden Franciscana Seglar de Venezuela (OFS), la
más afín a su sensibilidad y amor por los más necesitados, inspirado en
la humildad y pobreza de San Francisco de Asís. Así el Dr. Hernández se
convirtió en el médico de los pobres, ése que no importaba la hora ni
el sitio, estaba junto a los pacientes llevándoles no solo el remedio,
sino el consuelo y la misericordia de Dios.
El 29 de junio de
1919, caminaba el Dr. Hernández por una calle de La Pastora. Llevaba una
medicina a un paciente, cuando de pronto se asomó un vehículo que lo
atropelló. Aunque no iba a alta velocidad, el brusco empellón hizo que
el médico cayera y golpeara su cabeza contra la alta acera, lo cual
provocó su muerte casi instantánea. Ante tal tragedia, los caraqueños
exclamaron: ¡Ha muerto un santo!
El Santo de Venezuela
Desde
el mismo momento de su muerte, la tumba del Dr. Hernández, (primero en
el Cementerio General del Sur y luego en la iglesia de La Candelaria)
era visitada por cientos de devotos creyentes en las curaciones
milagrosas del médico. Ante el fervor popular y las evidentes virtudes
extraordinarias, se inició en 1949 gracias al Arzobispo de Caracas Lucas
Guillermo Castillo, el proceso de santidad, que consiste en cuatro
pasos:
1. Siervo de Dios. El Obispo diocesano y el Postulador de
la Causa presentan un informe sobre la vida y las virtudes de la
persona. La Santa Sede, por medio de la Congregación para las Causas de
los Santos, examina el informe y si lo acepta, dicta el Decreto Nihil
Obstat , que da luz verde a la introducción de la causa del ahora
Siervo de Dios. Este paso lo aprobó José Gregorio Hernández.
2.
Venerable. Esta parte del camino comprende cinco etapas: examen de la
vida y virtudes, análisis de la ortodoxia de los escritos del Siervo de
Dios, relación de los testimonios y de los argumentos presentados en un
documento llamado Positio , discusión de este documento por un grupo
de teólogos y luego de Cardenales. Por último, si la Congregación para
las Causas de los Santos aprueba el Positio , el Papa dicta el
Decreto de Heroicidad de Virtudes y el Siervo de Dios pasa a ser
Venerable.
José Gregorio Hernández ha superado todas estas etapas y fue nombrado Venerable por S.S. Juan Pablo II en 1986.
3.
Beato. En esta etapa el Postulador de la Causa (que está en Roma) debe
probar: 1) la fama de santidad del Venerable. Para ello elabora una
lista con las gracias y favores pedidos a Dios por los fieles por
intermedio del Venerable. 2) La realización de un milagro atribuido a su
intercesión. El proceso de examinar este presunto milagro se lleva a
cabo en la Diócesis donde ha sucedido el hecho y donde viven los
testigos.
El Vice postulador de la Causa está en Venezuela, es
Monseñor Fernando Castro Aguayo, Obispo Auxiliar de Caracas y quien
declara que ha recibido unos 500 casos de presuntos favores o milagros
realizados por José Gregorio Hernández, que deben cumplir con dos
condiciones para tener la posibilidad de ser aceptados por el Vaticano:
a) la presencia de una sanación que los médicos consideren inexplicable
para la ciencia y b) la invocación o intercesión exclusiva del Venerable
en la realización de ese hecho.
Si la Congregación para las
Causas de los Santos acepta el milagro presentado, entonces José
Gregorio Hernández será beatificado.
4. Santo. Ya el último paso sería la canonización, que requiere de un segundo milagro comprobado.
Dos
milagros atribuidos al Dr. José Gregorio Hernández han sido rechazados
por el Vaticano: uno en 1987 y otro en 2009. El Cardenal Jorge Urosa
Savino y el Vice postulador Monseñor Castro han pedido públicamente que
al Venerable no se le rinda culto público, no se le hagan estampitas,
oraciones, capillas, oratorios ni altares, ya que eso frena su camino a
la beatificación.
No basta con la fe colectiva, ni con atribuirle
hechos milagrosos: hay que demostrarlos indubitablemente con testigos,
pruebas y rigor médico. El Vice postulador de la Causa, Monseñor Rincón
está lleno de esperanzas por la gran cantidad de correspondencia
recibida tanto en la Arquidiócesis de Caracas como en el correo
causajosegregorio@gmail.com.
Ojalá que en este año
Sesquicentenario del natalicio del Dr. José Gregorio Hernández,
Venezuela obtenga la gracia de oficializar a su santo más querido.